«LA MEMORIA DEL PODER»

Posted: abril 7th, 2020 | Author: | Filed under: General | Tags: | Comentarios desactivados en «LA MEMORIA DEL PODER»

Existe cierta nostalgia en torno a lo que ayer llamábamos normalidad. Ya empezamos a apreciar su ausencia igual que nos faltan todos aquellos recuerdos que, en su momento, considerábamos eternos y que hoy no están sino en el recuerdo. Sin embargo, ¿y si la normalidad no fuese sino un devenir constante en el curso de la guerra? Igual que en un ejercicio bélico, en esta guerra que llamamos vivir, el enemigo nos bombardea con su artillería, preparando el terreno, allanando la geografía humana, muestra su músculo, despliega sus tropas. Avanza por los flancos,  afianza sus posiciones cavando nuevas trincheras, posicionando sus armas más letales para detener cualquier contraofensiva posible. 

Este ejercicio lleva siglos repitiéndose. Lo que hoy se despliega ante nuestros ojos no es un nuevo paradigma. Todos los elementos que toman cuerpo ahora ya formaban parte de «la normalidad» que nos acaba de ser arrebatada: “una epidemia permite extender a toda la población las medidas de “inmunización” política que habían sido aplicadas hasta ahora de manera violenta frente aquellos que habían sido considerados como extranjeros”[1]. Una vez más, la guardia imperial toca el silbato, el panóptico metropolitano recluta a todos sus agentes en las anchas avenidas del modernismo: mil ojos te observan desde las ventanas, buscan brujas, herejes, comunistas, homosexuales. La toma de partido es sustituida por el habitáculo-pantalla, por las medidas represivas del estado, mientras el ciudadano imperial siente una falsa sensación de calma y asiste vigilante al advenimiento de un nuevo horror que llega en forma de militarización de lo cotidiano, gestión biopolítica y experiencia cibernética ampliada.

En tiempos de pánico, el desconocimiento y la ansiedad invocan a los especialistas y sus gestiones. Se da inicio al oscuro juego de las mediaciones, una y otra vez. Los espectáculos se amontonan uno sobre otro. Izquierdas y derechas proponen su propio espectáculo del fin del mundo (no mencionaremos aquí a los “activistas” frustrados porque ningún vecino acudió a pedir la ayuda que ofrecían). Nadie busca ya el fin del mundo del espectáculo. El virus ha hecho nacer a un insecto cuya exterioridad es la de una persona corriente, pero, en su interior, oculta algo enfermizo. El policiaje vecinal es una herramienta de control autoasumida desde que el ciudadano imperial abandonó las calles para recluirse en el brillo algodonoso de las pantallas. Nada más glorioso e infame que dejarse habitar por el poder enemigo. Desde su habitáculo confortable, puede trabajar, jugar a la play, vivir su vida tranquilamente mientras tenga crédito en la tarjeta. No quiere que ningún infectado perturbe su nueva normalidad. Ahora toca aplaudir por la ventana, bailar estúpidamente en un balcón, en fin, celebrar el triunfo del fracaso. 

La vida es la que se alza como último bastión de defensa: todo por la vida, por mantenerla, preservarla. Pero, ¿qué vida? Ésta se ha visto terriblemente despojada de todo lo que la constituía, de todo su componente ético, comunitario, social…; ha quedado, pues, reducida a un mero estado biológico: el corazón late sangre podrida y los pulmones respiran aire de mierda. Y, sin mucha sorpresa, con el avance de los días, vemos cómo todos los remilgos iniciales van perdiendo su hipocresía; la vida que se preconiza no es apenas ya ni un estado biológico, sino la capacidad de cada átomo social de formar parte del engranaje que mueve las palancas de este mundo de mundos. La pandemia grita descaradamente frente al mundo una verdad no dicha: nuestros cuerpos son el blanco de todo un despliegue de saberes tecnológicos que modulan y configuran las formas de vida que trataban de mantenerse singulares. Hoy más que nunca, todo aquel que no sea apto para alimentar el ciclo de reproducción del capital deviene un remanente superfluo y una lógica a la altura de los tiempos que vivimos postula que su vida vale menos que el coste que supone tenerlo en un hospital.  

Nos hemos construido jaulas de oro a medida de las renuncias y las derrotas que hemos sufrido. El teletrabajo destruye la última frontera que quedaba en pie entre el ocio y su negación, el negocio. Se difuminan los espacios; de pronto, el salón de tu casa es una oficina donde también juegan tus hijos; los horarios, contestas correos de trabajo a la una de la mañana; las tareas… Entregamos nuestros cuerpos al ritmo de la dominación con una sonrisa: enormes pantallas cargadas de series, películas, juegos…, youtubers que nos dicen qué ejercicios hacer en casa para no engordar durante el encierro, coreografías corales en comunidades de vecinos que antes ni se saludaban, retos absurdos en las redes sociales. Todo el mundo vive y muere entre cuatro paredes. Y por si fuera poco, como no podía ser de otra manera, la ubicua lógica de la productividad se apodera también de los momentos de excepción y SE confunde el confinamiento con una ocasión para dedicarse a un inocuo y bobo crecimiento personal, entendiendo el crecimiento personal como valorización de UNO y adquisición de skills.

No, el virus no es la excepción, todo lo contrario, tal como dice Paul B. Preciado, el virus actúa a nuestra imagen y semejanza, no hace más que replicar, materializar, intensificar y extender a toda la población, las formas dominantes de gestión biopolítica y necropolítica que ya estaban […]. Cada sociedad puede definirse por la epidemia que la amenaza y por el modo de organizarse frente a ella”[2]. Antes del confinamiento, pues, sin saberlo, sin que fuera tan evidente el sabor a cadáver en nuestras bocas, ya estábamos confinados, no en nuestras casas, sino atrapados en formas de vida exentas de vida, en metafísicas hostiles, en proyectos vacíos, en engañosos deseos, en falsos amores, en cuerpos desterritorializados que vagan por la red generando datos que revelan la indulgencia con la que SE renuncia a existir. 

Nuestros cuerpos, pues, son campos de batalla atravesados por el Poder, el espacio donde acontece la disputa entre la vida y su contrario, la nuda vida; y, al mismo tiempo, nuestros cuerpos son también objetivos de esa guerra constante, el blanco de todos los dispositivos que “trata(n) de hacer que nos reduzcamos a aquello con lo cual el poder nos sujeta”[3]. La excepcionalidad actual manifiesta, de forma mucho más clarividente que la “normalidad” que SE añora, que existe una técnica y un saber-poder que se aplica sobre los cuerpos, individual y colectivamente; pero lo que en realidad sucede es que todos los dispositivos y sus técnicas de dominación ya hacían parte de la vida que conocíamos, estaban ya presentes, aunque integrados y confundidos con ella hasta el punto de volverse inherentes a una normalidad de la dominación. El esqueleto político y militar del mundo se muestra ahora más desnudo que nunca. 

En consecuencia, en lugar de una búsqueda estéril y desesperada de falsas comunidades que llenen el vacío que nos asola, más allá la celebración pueril y patética de la catástrofe, en vez de agarrarse al pánico como forma de protegerse a escondidas, nosotros proponemos entregarnos a la tarea del olvido. La pandemia  no dará lugar a nuevos héroes, acaso sí a nuevas tragedias. El olvido, en cambio, es un proceso que reúne lo voluntario con lo inconsciente, la consciencia y lo involuntario, el olvido es la renuncia a Ser, a construirse y, por eso mismo, es, sin buscarlo, la realización y la ausencia del Yo: “entre nosotros y nosotros mismos se ha abierto un abismo de extrañeza que debe ser colmado de cualquier manera por esas figuras expertas que pretenden enseñarnos cómo servirnos de nosotros mismos”[4]. El olvido es la aniquilación de cualquier abismo, cerrar todo espacio a la normalidad y sus dispositivos. Del mundo que conocemos y toda su abyección nada debe recordarse. Nada debe recordarse, salvo el olvido. El olvido funda todos los mundos posibles.


[1] Preciado, Paul B, Covid-19: Aprendiendo del virus: https://elpais.com/elpais/2020/03/27/opinion/1585316952_026489.html

[2] Íbidem.

[3] Tiqqun, Hombres-máquina: instrucciones de uso:   https://tiqqunim.blogspot.com/2013/03/hombres-maquina-modo-de-empleo.html

[4] Íbidem.


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