El momento de la vacuna. (primera parte)

Posted: enero 16th, 2022 | Author: | Filed under: General | Comentarios desactivados en El momento de la vacuna. (primera parte)

Deseamos compartir con los lectores del Il mondo brucia la traducción de tres textos publicados por el compa Paul Kingsnorth en su Substack de noviembre a diciembre de 2021 —aunque reunidos recientemente por él mismo en un volumen que puede encontrarse aquí con un prólogo en inglés que no hemos traducido— y en los cuales se condensa su esfuerzo para pensar sobre los perfiles y las tendencias de la situación mundial desde que comenzara la pandemia.

A modo de somero resumen podría decirse que en ellos se hace un repaso de la grieta que cada vez separa más la narrativa oficial «de lo que está pasando» de los análisis alternativos que se oponen narrativamente a dicha versión en torno al Covid, las vacunas y sus riesgos. Para ello se abunda en la estigmatización social, en las medidas segregacionistas y punitivas promovidas contra los no vacunados en varios países y en las evidencias que apuntan a una deriva tecnoautoritaria que se viene intensificando y justificando bajo pretexto sanitario. Así, se configuraría irremediablemente la perspectiva de un horizonte difícil para los vivos frente al distópico «Gran Reseteo» que ciertos agentes globalistas no se cansan de anunciar y que la izquierda fiduciaria y progresista se empeña en no ver, como cada vez se insiste más. De especial relevancia es, en ese sentido, el análisis que el autor hace de los certificados digitales de vacunación, situándolos como un eslabón intermedio y nada inocente en la instalación de los nuevos sistemas de identificación integral, del dinero digital y del «Internet de los cuerpos», anunciados por lo demás durante los últimos años. Todo ello en el marco de un acoplamiento biopolítico de los cuerpos con unas tecnologías de control cada vez más híbridas, miniaturizadas y omnipresentes.

Pero decir esto, y de esta manera, no hace justicia al escrito de Paul Kingsnorth, pues la relevancia del mismo no reside solamente en la colección de datos y en la cantidad de información que maneja de manera solvente. Es mucho más que eso porque lo que aquí nos ofrece es una estupenda oportunidad para recapitular, para recordar en qué punto estamos, qué hemos seguido viendo en este tiempo. Es importante hacerlo en un momento en que los sismógrafos sociales llevan alertando ininterrumpidamente sobre la emergencia de fuerzas reactivas preocupantes, aunque casi siempre de manera separadora y parcial. No es del todo equivocado afirmar que todo a nuestro alrededor evoca mucho la amenaza sorda que lentamente se iba cociendo en los años 30 del siglo pasado en la olla de la normalidad excepcional del nacionalsocialismo —¡Ah, los viejos ejemplos de la filosofía crítica retornando una y otra vez!—. Los cuerpos se tensan, se humillan, se acostumbran otra vez. Y esto de una manera diferente, por supuesto, pero en el marco de una analogía que sigue funcionando dentro de un mismo paradigma.

Un llamativo efecto del terror aburrido tan característico de estos años consiste, más que entonces probablemente, en la pérdida del hilo de lo que sucede, en no poder seguir el ritmo de los no-acontecimientos y culparse del dolor suplementario que implica hacerse cargo de todo ello, de rumiarlo sin lograr… nada. Otro es que en el (re)comienzo de un pensamiento que ha perdido su suelo previo, en su noche del mundo, se esbozan inmediatamente los rasgos positivos, negativos y ambiguos de lo que puede ser éste; en el fondo el reparto ontológico de lo que continuará como presupuesto e impensado para él. Las desgarraduras del parto inevitable que supone trazar un plano de la situación, de hurtar al caos una pequeña brújula. Por eso es habitual que mucha gente trate de no recaer en una imagen del pensamiento que por sus rasgos ambiguos horroriza. Puede imaginarse ahora a cualquiera de nosotras, en su casa, dudando, por ejemplo, de la efectividad de un test de antígenos; preguntándose si la muerte de la abuela podía haber sido evitable; o tratando de ponderar las causas y efectos de una serie de intercambios cotidianos que nos han traído a un grupo de compañeros y a mí a un campo de internamiento de covid en Australia. En este tipo de situaciones (re)comienza el pensamiento y es entonces cuando las desgarraduras que implica dibujar un mapa suceden: aparece el horror a convertirse en el paranoico que a pesar de sus ímprobos esfuerzos pierde de vista —inevitablemente— el conjunto estratégico. Se trata, claro, de una clase de locura, una psicosis colectiva que le teme la ambigüedad, que confunde ésta con los rasgos negativos del pensamiento, con un mal pernicioso y un personaje que asquea. En primer lugar a la ambigüedad de la muerte, de la enfermedad, de la tierra. Y sucesivamente la de todo lo demás, es decir, temor a devenir, a luchar. ¿Para qué complicarse, entonces?

Ya ni siquiera nos referimos a la locura negativa del (anti)conspiranoico y a su particular impotencia apestosa. Debord aclaraba hace más de tres décadas que el principal rasgo del mundo espectacular integrado es precisamente que en cualquier parte de él proliferan las conspiraciones sin necesidad de que nadie se ponga al volante. La normalidad imperial es, por tanto, conspiracional: una clase de locura social a la que ya estábamos hechos, repulsiva, negativa, incomprensible. Pero dado por hecho, ¿verdad? Eso no es lo que ha cambiado, no es algo nuevo —aunque haya crecido el número de sus supuestos denunciantes, pero el sentido común lo intuye y por eso desaconseja “pensar” en absoluto de manera (anti)conspiranoica. No solo eso, al final, tras identificar lo negativo con lo ambiguo, es decir, el delirio social con todo esfuerzo conceptual y narrativo al respecto, desgraciadamente, se acaba por ahogar todo pensamiento en cuanto tal. Así lo advierte también Kingsnorth:

«Pero el mapa no puede confundirse con el territorio: si eso sucede, te quedas atascado en tu historia, y la historia, en lugar de la realidad a la que apunta, comienza a dictar tus acciones».

De pensar pasas a ser pensado: te vuelves un apestado y encima fracasas en concebir todas las relaciones que imbrican por causa y efecto el malicioso entramado del mundo. Porque realmente una conspiración es, en su forma más simple, un dispositivo que hay que tener el arrojo de sortear habilidosamente, sin más, pero de manera exitosa, no las razones oscuras que explican X asuntos. Y se puede aprender y enseñar a esquivar un dispositivo, sin duda, desde una perspectiva ética y técnica a veces de maneras muy elaboradas y complejas. Pero por eso mismo pensar no equivale en absoluto a decidir lo que son las cosas, lo que es el mundo, para después comunicar su secreto esencial y odioso a las ignorantes ovejitas. La realidad es práctica. Limitarse a explicar la negatividad apestosa del mundo es de hecho algo bastante imbécil y facilón, además de implicar demasiada afinidad con el personaje del pastor, tal y como hacía ya el Imperio cotidianamente: pastorear, enseñar impotencia. Apestarnos a nosotros mismos.

Es momento, en cambio, de empezar a pensar, sí, pero para eso hay que, por así decir, casarse con la ambigüedad, con el balbuceo del pensamiento, con su locura implícita. Hay que ser capaces de atravesar el terror psicótico señalado; rodear los rasgos ambiguos de la paranoia, ponerla a hablar, darle conceptos, facilitar su paso dejándola manar y alcanzar, tras ello, algún remanso de paz. Un pequeño oasis del que partir, desde el que abrirse a nuevos acontecimientos y decisiones. Después es cuando podremos ponernos nosotros a conspirar también, a desear el cómo, a destituir el mundo en tanto que devenimos densos; en tanto que seamos una afirmación negadora. Esta es entonces la oportunidad que de algún modo nos parece que ofrece con sus artículos Paul Kingsnorth. Sabe sortear el dispositivo que impone un bloqueo al pensamiento. Se trata además de un texto que precisamente por su sinceridad desprejuiciada no requeriría de mayor introducción que él mismo para ser abordado, bastando con una paciente lectura que fuera adentrándose sin más en la cuestión sin necesidad de psicopompos. Pero los tiempos son oscuros por lo que queremos precisar unas cuantas cosas más aparte de lo ya advertido. Valgan entonces por el momento estos breves apuntes que se han de acompañar con la meditación atenta y autónoma de cada lectora.

Ante todo volver a recalcar que lo que nos encontramos aquí es una perspectiva extrañamente serena, plena de otra clase de sentido común que a menudo parece haberse esfumado por todas partes y que por tanto es de agradecer, más todavía en ciertos ambientes pretendidamente combativos y revolucionarios; tanto en los que hacen como que no pasa nada, como en los que no dejan de berrear. Es el pensamiento de alguien que pone su cuerpo en juego, que admite sin ambages que más allá de no estar inoculado con una sustancia potencialmente peligrosa lo que pretende es volver a hacer buena guerra, oponiéndose y desvelando lo cruento e imbécil de los pseudoconflictos y las oposiciones espectaculares que bajo la excepción socio-sanitaria nos desarman por doquier de la mano del miedo y las decisiones cortoplacistas. Alguien que quiere volver a tocar tierra, respirar, y seguir habitando nuestros lugares éticos provisto de una nueva gracia. Con un mapa. Y ello porque, como canta Pablo Und Destruktion en Futuros Valores, hemos de precavernos contra cierto histerismo belicista que se expande por todas partes: «Ojalá no seamos peor que los malos, los que nos creemos buenos». Incluso aunque se cabalgue en contra de la Bestia Colmena, de la Máquina, del Imperio o como quiera llamárselo.

Hay que hacerse cargo también, nos señala el autor, del dispositivo debilitante que sobrevuela la sobreproducción de teorías en torno a la actualidad del virus y sus consecuencias biopolíticas. Esto no va de detentar la Verdad sobre la producción de discursos para condenar a quienes están en el error o de tener la mejor explicación, la más convincente acerca de lo que sea. No se trata, por tanto, de la enésima y banal reflexión crítica más o menos woke o (anti)conspiracionista sobre el tema que quiere a sus culpables servidos de una vez en bandeja y su terror camuflado en seguridades de medio pelo. En cambio nos encontramos con una experiencia situada, escrita en primera persona, capaz de suscitar cuestiones intempestivas sobre el mundo que viene, haciendo, como solía decirse, la vergüenza más vergonzosa, publicándola. Sin soslayar ante los demás lo que está en juego y haciéndose cargo de las miserias y compromisos con la barbarie que supone aceptar por pereza irreflexiva esta situación que más que pandémica podría calificarse de panfóbica.

Posiblemente, y hasta cierto punto, existir implique lisa y llanamente algo de todo eso: saber asumir, decir sí a lo que viene, sea lo que sea, para bien y para mal como una especie de tributo a lo irremediable. Pero al mismo tiempo no puede olvidarse que en la vida siempre insiste por debajo algo mucho más ardiente, una especie de ascua o un rayo que se niega a incorporarse al carro de la actualidad, algo que siempre trata de ponerse más acá de la Historia o de las tendencias dominantes y las condiciones positivas que pasan por cimentar la monolítica realidad: un devenir-revolucionario que es preciso alimentar pensando. Algo que viene de un adentro infinitamente lejano, de un afuera que está aquí mismo, replegado en cada cuerpo, en cada forma de morar el ser. Precisamente lo que se encuentra irrenunciablemente entre estas páginas que no cejan de insistir tampoco en que ese pensamiento pasa, asimismo, por saber contar historias. Nada puede hacerse si no es narrando y creando conceptos que nos permitan salir de aquí, como insiste el autor. Para alcanzar y violentar ese pozo íntimo en el que comienza la revuelta. Desde Il mondo brucia estamos convencidos de que uno de esos cuentos podría ser, por ejemplo, la historia de aventuras de nuestra fuga, aquella que habla sobre la decisión de inventar nuestras comunas junto a las de los desconocidos lectores que se topen con esta improvisada introducción. Estos tres artículos, cuyo final por cierto no es en absoluto pesimista, por su parte, no dejan tampoco en ningún momento de contribuir en esa línea, se esté de acuerdo o no con los detalles de sus análisis.

Finalmente, y aunque no se apunte explícitamente en el texto, cabe señalar que nuestra esperanza, es decir, la asimétrica violencia que ejercemos desde siempre-ya sobre las —en el fondo no tan nuevas— sociedades de control ha de ser diferente de la de quienes supuestamente se limitan a tenerlo todo claro; ya se adscriban a la «Tesis» o a la «Antítesis» del mundo cibernético en curso. Se trata, más bien, de un esfuerzo muchos sutil, más práctico y transversal que desmenuza dicha dualidad, y que no ha de ser la mayor parte de las veces literal ni ciego, mucho menos consistir meramente en una violencia representativa. En estos tres artículos de hecho se hace alusión favorable a las respuestas antiautoritarias visibles y reconocibles que proliferan en distintos lugares en forma de manifestaciones o colectivos organizados que se oponen al pasaporte covid. Y no está mal que así sea, que proliferen las luchas y los embates de mil maneras distintas, también en las calles de la metrópoli. Pero, queremos insistir en esto, no cabe desesperarse esperando a que aparezcan las políticas del reconocimiento salvadoras, pues a un mundo demencialmente identitario solo cabe oponer la creación de mundos otros, invisibles y opacos que no aspiren a producir una y otra vez la transparencia, aunque por supuesto de vez en cuando hayan de emerger a la superficie cuando la situación así lo requiera, cuando haya que asustarlo merecidamente. Pero siempre escogiendo el terreno y la oportunidad: no porque ese sea su objetivo irrenunciable. Mejor dicho: hacer todo eso pero sin descuidar otros asuntos, a menudo previos…

¿Cuáles?, no está de más insistir que construir estos mundos otros revolucionarios sigue coincidiendo con un ejercicio práctico de sustracción y fuga que no ha de reclamarse nunca como derecho ni a las fuerzas estatales ni al resto de sus comparsas o a sus aspirantes provistos de programa. Ellas llamarán a filas, por supuesto, y siempre habrá imbéciles dispuestos a alistarse. Pero no hay que desanimarse por ello: pues aunque a menudo parezca que no existen otras fuerzas esto es solamente un espejismo al que conviene no prestar demasiada atención. En el juego del escondite suele ser, y de manera infalible además, esa clase de temor la que conduce al perseguidor a su nerviosa presa, que se cree sola y un poco ridícula porque supuestamente ya han descubierto a todos los demás. Por mí y por todos mis compañeros. Hay algunos corolarios que se desprenden de lo dicho hasta aquí y de esta frasecilla lúdica: Lo que importa, ante todo, es seguir confiando serenamente en los vínculos beligerantes que tenemos y continuar ampliando, silenciosamente, el círculo de nuestras amistades, de nuestros contactos para subsistir más y mejor, habitando en espacios que alejen las nocivas conspiraciones de este mundo.

Desde luego que jugar únicamente al escondite puede volverse pesado, pero para poder jugar a otra cosa hay que acostumbrarse también a frecuentar a toda clase de niños. A veces, por tanto, las alianzas resultarán inéditas, pero tendrán que ver con la adquisición de habilidades prácticas y de saberes-poderes, no privilegiando necesariamente la coincidencia de los diagnósticos sobre el presente. Hace falta mucha mano izquierda y volverse un poco necio incluso. ¿No es parte importante de jugar hacer el tonto? Hay niños que nos enseñarán patios enormes o parques soleados donde cambiar de juego sea posible, por ejemplo. Hay que hacerse sus amigos, aunque para ello sea preciso aprender a no necesitar del mundo cibernético, o haya que ejercitarse en habitar donde a los adultos les resulte demasiado caro venir a buscarnos. Así, ante nosotros desfilarán amigos-niños “anticonspiracionistas”, amigas “anti-vacunas” y aliados que, por qué no, serán de los que ven demasiado a menudo el telediario pero que tienen juguetes chulos. Niños pesados también… Aunque otras veces, en cambio, todos ellos serán los enemigos-aguafiestas que nos retrasen, los que no quieran jugar a nada, los que pierdan otra vez el hilo o directamente puede suceder que ni siquiera conozcamos a nadie en cierto momento; ¡quién sabe, quizás seamos nosotros los que le hagamos esto mismo a los demás! La vida diaria ofrece variadísimos ejemplos de esta aparente locura reversible… Hay que atravesarla, ¡hay que vivir! Sencillamente la ocasión lo es todo para aprender a infiltrarse por todas partes.

Será preciso, de todos modos, aclarar las cosas, debatir las diferencias y no dejarse agenciar por las fuerzas turbias y su pensamiento trillado, de pronto reactivadas pero en el fondo no buscando sino perpetuar viejas versiones de mundos caducos que ya rechazábamos antes de la pandemia, aprovechando coyunturas que les son favorables. ¿O acaso antes no nos parecían odiosos los curas de diferentes raleas, las ONG, los estalinistas, los esquiroles, las jefecillas, los homófobos, las chivatas, y en fin, toda clase de cabrones molestos? Difícilmente pueden recobrar su brillo por mucho que su lucidez aparente parezca acertar de pronto en algo, o peor: contingentemente en Todo. En ese caso a lo mejor hay que preguntarse, ¿no nos habremos vuelto una de ellas? En fin, se trata de vías muertas que se agitan, que se hacen daño a sí mismas: seamos por favor cordiales con ellas y no dejemos que agonicen más. Que sepan que pueden confiar en nuestra mano gentil para darles mulé. No hay evidentemente “el Partido de los elegidos”, pero sí podemos escoger nuestras compañías, y cuando no sea posible al menos subvertirlas llevándonos con nosotros lo que sea posible: lo que nos vaya a permitir devenir más alegres y más fuertes…

Y por supuesto, como última consecuencia fundamental, recordad que no será inhabitual tener que renunciar también, cómo no, a ciertos espacios y a ciertas comodidades que se revelarán como lo que ya eran antes de la llegada de los tiempos ostensiblemente pandémicos: señuelos confortables y bagatelas para enfermos existenciales. De esto también hablaba ya nuestra anterior entrada. Ni más ni menos, ¿difícil, verdad? Sin duda alguna. ¿Terrible, no? Sí, también. ¿Cansado por momentos? Agotador…

¡Pero, sea como sea, vaya hermosa y compleja aventura está resultando..! ¡Sí, sí, adelante!

Paul Kingsnorth es escritor. Su libro Confesiones de un ecologista en rehabilitación fue traducido al castellano y publicado en 2019 por Errata Naturae.

El momento de la vacuna,
primera parte

En los días de la revelación


24 de noviembre de 2021


Paul Kingsnorth

Quizás sea porque soy inglés, o quizás sea mi edad, o quizás sea un prejuicio ciego, pero cuando me despierto con la noticia de que el gobierno austriaco ha confinado a un tercio de su población nacional como un ‘peligro para la salud pública’, un escalofrío recorre mi espalda.

Austria, pienso para mis adentros. Ah.

Miro las fotos de noticias de policías armados, enmascarados y vestidos de negro parando a la gente en las calles para pedir sus papeles digitales, y leo historias de otros arrestados por salir de su propia casa más de lo permitido una vez al día, y escucho a los políticos austriacos entonar que aquellos que se niegan a acceder a la inyección deben ser rechazados y convertidos en chivo expiatorio hasta que consientan. Luego miro entrevistas con «gente normal» y dicen que los «no vacunados» se lo merecían. Algunos dicen que deberían ser encarcelados todos, estos enemigos del pueblo. En el mejor de los casos, los “antivacunas” son paranoicos y están mal informados. En el peor de los casos, son maliciosos y deben ser castigados.

Unos días después, me despierto con algunas noticias más sobre Austria: a partir del próximo año, el Estado les obligará a todos en el país a recibir una vacuna covid, anulando su derecho a lo que ciertas personas, que han estado muy calladas recientemente, solían llamar “autonomía corporal”.

Luego miro al otro lado de la frontera hacia Alemania. Veo que en Alemania, los políticos también están considerando internar a los “indecisos sobre las vacunas”, y actualmente están discutiendo la obligación de vacunar a todos los ciudadanos. Para el final del invierno, dice el ministro de salud de Alemania, sorprendentemente honesto, los alemanes estarán “vacunados, curados o muertos”. Al parecer, no hay una cuarta opción.

Han estado ocupados en Alemania. Recientemente colocaron vallas en Hamburgo para separar a los Malos No Vacunados de los Buenos Vacunados en los mercados navideños. Al aire libre. Quizás también proporcionen piedras a la gente buena para que las arrojen a través de esas vallas. Cuando veo dibujos animados como el que está al inicio de esta página, que apareció recientemente en un importante periódico alemán, creo que esto puede no estar muy lejos. Aquí, el hombre del sofá se ha comprado un juego de disparos en primera persona en el que puede divertirse matando a personas no vacunadas. Será, dice el caricaturista, “un gran éxito bajo el árbol de Navidad”1.

Ja ja ja, pienso. Alemania. Vallas. Confinamiento. Inyecciones forzadas. Policía armada. Escanea tu código. Mata a los no vacunados.

Ja ja ja.

Estoy observando todo esto desde Irlanda, el país que tiene la tasa de vacunación de adultos más alta de Europa Occidental, con más del 94% de la población. Al mismo tiempo, curiosamente, también tenemos algunas de las tasas de infección por covid más altas de Europa occidental. El gobierno no ha podido explicar este hecho, pero es una tendencia que se ha manifestado recientemente también en algunos otros lugares altamente vacunados: Gibraltar, Israel, Flandes Occidental. Los niveles altos de vacunación no parecen corresponder con niveles bajos de enfermedad; a menudo todo lo contrario.

En otras partes del mundo también están sucediendo cosas extrañas. África, por ejemplo. La población de África es la más numerosa, de más rápido crecimiento y materialmente más pobre de todos los continentes. Pocos gobiernos allí pueden permitirse el lujo de suministrar a su gente las costosas vacunas corporativas por las que en Occidente hemos apostado a nuestras naciones. Solo el 6% de la población de África está vacunada y los sistemas nacionales de salud apenas existen en muchos lugares, sin embargo, la OMS describe al continente como “una de las regiones menos afectadas del mundo” por el virus. De hecho, las partes más ricas y ‘desarrolladas’ del mundo parecen estar sufriendo más por la pandemia.

Nadie parece ser capaz de explicar nada de esto, pero eso no ha cambiado la dirección oficial del viaje. Ciertamente, en Irlanda, el guión sigue siendo el mismo. Durante seis meses hemos vivido con el apartheid de las vacunas, con los ‘no vacunados’ excluidos de gran parte de la sociedad, pero no ha funcionado. Las tasas de infección se están disparando a medida que llega el invierno, como es de esperar con un virus respiratorio. A todos nos dijeron recientemente que trabajáramos desde casa, y se prevé otro confinamiento. Recientemente se ha impuesto un toque de queda de medianoche en pubs y discotecas. Esto es extraño, ya que solo las personas vacunadas han podido ingresar a ellos durante meses, y nos han asegurado repetidamente que las personas vacunadas son seguras.

En una sociedad honesta, todo esto habría sido objeto de un intenso debate público. Habríamos visto a científicos de todas las opiniones debatir abiertamente en la televisión, la radio y la prensa; opiniones de todo tipo transmitidas en las redes sociales; periodistas que investigan adecuadamente los informes tanto de los éxitos como de los peligros de las vacunas; exploraciones serias de tratamientos alternativos; debates públicos sobre el equilibrio entre las libertades civiles y la salud pública, y lo que incluso significa “salud pública”. Pero no lo hemos visto y no lo veremos, porque el debate, como el disenso, está pasado de moda. Los medios de comunicación aquí en Irlanda no han hecho una pregunta crítica a nadie con autoridad durante al menos dieciocho meses. Los algoritmos de Google están ocupados enterrando datos inconvenientes, mientras que los canales de medios sociales de los que la mayoría de las personas reciben su visión del mundo están eliminando o suprimiendo opiniones críticas, incluso si provienen de virólogos o editores del British Medical Journal.

Día tras día, me he estado despertando preguntándome: ¿qué está pasando?

 

*
***

Confinamiento. Medicación obligatoria. Segregación de sectores enteros de la sociedad. Despidos masivos. Un consenso mediático a ritmo de tambor. La censura sistemática del disenso. La creación deliberada por parte del Estado y la prensa de un clima de miedo y sospecha. ¿Qué podría justificar esto? Quizás la combinación de una terrible pandemia que mató o lastimó a un gran porcentaje de infectados y la existencia de un medicamento seguro y confiable que se ha demostrado que previene su propagación. Esto, por supuesto, es lo que se dice que estamos viviendo. Esta es la Narrativa.

Pero está ya bastante claro que la Narrativa no es cierta. El covid-19 es una enfermedad desagradable que debe tomarse en serio, especialmente por aquellos que son especialmente vulnerables a ella. Pero no es ni de lejos lo suficientemente peligroso − si es que algo podría serlo − para justificar la creación de un Estado policial global. En cuanto a las vacunas − bueno, reconozcamos que la vacunación se ha convertido en un tema que es prácticamente imposible discutir con calma o claridad, al menos en público. Como ocurre con casi todos los demás temas importantes de Occidente en la actualidad, la opinión se divide a lo largo de líneas tribales y se filtra a través del fétido pantano de las redes sociales, para emerger monstruosamente y goteando hacia la luz.

A menudo, en una discusión, lo que la gente piensa que está discutiendo no es el tema real del desacuerdo, que es más profundo y, a menudo, tácito, si es que se llega a comprender. Lo mismo sucede aquí. Las divisiones que se han abierto en la sociedad sobre las vacunas covid no tienen que ver realmente con las vacunas covid en absoluto: se trata de lo que la vacunación simboliza en este momento. Qué significa ser ‘vacunado’ o ‘no vacunado’, seguro o peligroso, limpio o sucio, sensato o irresponsable, obediente o independiente: estas son preguntas sobre qué significa ser un buen miembro de la sociedad, y qué es la sociedad, y están detonando como cargas de profundidad bajo la superficie de la cultura.

Esto no quiere decir que los desacuerdos superficiales no importen. Importan. Hay muchas buenas razones para preocuparse por estos medicamentos y su uso obligatorio. Aquí tenemos una tecnología novedosa, nunca antes utilizada a gran escala o con este propósito, utilizada para crear una serie de vacunas que se han implementado a millones antes de que sus ensayos clínicos estén completos. Esta es una situación sin precedentes − como lo es la vacunación contra un virus respiratorio en medio de una pandemia, que algunas personas con experiencia seria advierten que puede empeorar la situación en lugar de ponerle fin. Asimismo, las empresas que fabrican estas cosas están obteniendo beneficios por hora sin precedentes, y sus largos antecedentes de deshonestidad y encubrimientos, más el hecho de que son legalmente inmunes a cualquier responsabilidad por los problemas que surjan de estas vacunas, hace que sea imposible tomar en serio sus garantías de seguridad. Y cuando somos testigos de una campaña activa del Estado/los medios de comunicación contra el tratamiento temprano de una enfermedad, exactamente lo contrario de lo que se enseña a todos los médicos en la facultad de medicina, junto con una negativa a informar sobre la creciente evidencia de efectos secundarios a corto plazo, debe quedar claro que está sucediendo algo que no puede explicarse con la historia que se nos cuenta.

Por todas estas razones y más, no he sido vacunado contra el covid y no planeo hacerlo. Esto no me convierte en “antivacunas”, una categoría que está diseñada para alimentar la narrativa de la guerra cultural en curso que separa a las personas buenas de las malas y lleva a ambos lados en esa guerra a demonizar al otro. No estoy en contra de la vacunación, y ciertamente no me imagino que tengo derecho a decirle a los demás qué hacer con sus cuerpos. No creo que las vacunas covid disponibles sean ineficaces, aunque no hacen lo que nos vendieron, y puedo ver muchas razones para que las personas, especialmente las personas vulnerables, las tomen si así lo desean.

Espero que los lectores de este ensayo puedan discutir conmigo sobre mi decisión si les apetece, y espero que yo pueda contestarles. Esto es lo que ha estado haciendo gran parte del mundo desde que estas vacunas llegaron a la escena. Todos podríamos lanzar estudios revisados por pares que realmente no entendemos entre nosotros, y todos fallarían porque la vacuna no es el punto. El punto es lo que simboliza − y para qué se está utilizando.

Soy un escritor. Sé construir historias. Sé lo que les hace triunfar o fracasar, y tengo olfato para cuando una historia no encaja. La Narrativa covid es una de esas historias. No encaja, ni siquiera en sus propios términos. Algo está mal. La historia de la superficie no refleja lo que hay debajo. Y lo que hay debajo es lo que me interesa ahora.

Vivimos en una época apocalíptica, en el sentido original de la palabra griega apokalypsis: revelación. Lo que está sucediendo en la superficie está revelando lo que siempre ha estado debajo, pero que en tiempos normales está oculto a la vista. Toda la acción ahora está en el inframundo. Debajo de los argumentos sobre si tomar o no una vacuna que puede o no funcionar de manera segura, se desliza algo más antiguo, más profundo, más lento: algo con todo el tiempo del mundo. Un gran espíritu cuyo trabajo es utilizar estos tiempos fracturados para revelarnos todo lo que necesitamos ver: cosas ocultas desde la fundación del mundo moderno.

El covid es una revelación. Ha puesto al descubierto escisiones en el tejido social que siempre estuvieron ahí, pero que podrían ignorarse en tiempos mejores. Ha revelado la complicidad de los medios tradicionales y el poder de Silicon Valley para pastorear y controlar la conversación pública. Ha confirmado la astuta deshonestidad de los líderes políticos y su absoluta obediencia al poder corporativo. Ha mostrado a “La Ciencia” como la ideología comprometida que es.

Sobre todo, ha revelado la vena autoritaria que subyace a tanta gente y que siempre surge en tiempos de miedo. Solo en el último mes, he visto a los comentaristas de los medios de comunicación pidiendo la censura de sus oponentes políticos, a los profesores de filosofía que justifican el confinamiento masivo y a los grupos de presión de derechos humanos que permanecen en silencio sobre los ‘pasaportes de vacunas’. He visto gran parte de la izquierda política transitar abiertamente hacia el movimiento autoritario que probablemente siempre fue, e innumerables “liberales” haciendo campaña contra la libertad. Mientras unas libertades detrás de otras eran arrebatadas, he visto a intelectual tras intelectual justificarlo todo. Me ha recordado lo que siempre supe: la inteligencia no tiene relación con la sabiduría.

He aprendido más sobre la naturaleza humana en los dos últimos años que en los cuarenta y siete anteriores. También he aprendido algunas cosas sobre mí y tampoco me gustan especialmente. He notado mi continua tentación de convertirme en partidista: juzgar y condenar a los que están al otro lado de la cuestión − esos borregos, esos enemigos maliciosos de la Verdad. He notado mi tendencia a buscar solo fuentes de información que confirmen mis creencias. La revelación nunca es cómoda.

Sin embargo, sobre todo, lo que me ha revelado el apocalipsis covid es que cuando las personas están asustadas, pueden ser controladas fácilmente.

Control: esta es la historia de la época. En todo el mundo estamos viendo un reclamo sin precedentes de control de las fuerzas del Estado, en alianza con las fuerzas del capital corporativo, sobre su vida y la mía. Todo ello converge en el símbolo revelado de nuestra era: el código QR habilitado para teléfonos inteligentes que, con una velocidad aterradora y casi en silencio, se ha convertido en el nuevo pasaporte a una vida humana plena. Como siempre, nuestras herramientas se han vuelto contra nosotros. Otra revelación: para empezar, nunca fueron nuestras herramientas. Nosotros éramos suyos.

Entre la vasta bandada de hechos controvertidos que giran alrededor de este virus como un murmullo de estorninos, oscureciendo los cielos y confundiendo la mente, hay uno que destaca. Es el único hecho que abre un agujero en forma de catedral en la estrategia que están siguiendo los gobiernos en la actualidad, y que ofrece un vistazo a la cripta. Es el hecho de que estas vacunas, cualquiera que sea su eficacia en otras áreas, no impiden la transmisión del virus.

Este solo hecho, que se conoce desde hace mucho tiempo pero que casi nunca se menciona, destruye la defensa de los pasaportes de vacunas, la segregación, el confinamiento de los ‘no vacunados’ y todas esas medidas similares. Incluso si cree (o finge) que este virus es lo suficientemente peligroso como para justificar las nuevas formas radicales de autoritarismo que han surgido a su alrededor − y yo ciertamente no lo creo − esas formas fracasarán de todos modos si tanto las personas vacunadas como las no vacunadas pueden propagarlo; y sabemos que pueden.

¿Cuál, entonces, puede ser la justificación del sistema de control y seguimiento tecnológico que ha surgido a nuestro alrededor con curiosa rapidez y fluidez durante el último año? ¿Y qué podría explicar el lenguaje extrañamente similar en el que los gobiernos del mundo explican y justifican este sistema, que tantos han adoptado de manera similar con tecnologías similares en períodos de tiempo similares? Que los ‘no vacunados’ son un peligro para la sociedad, y que los ‘vacunados’ deben ser protegidos de ellos es el pretexto. Pero, como estamos viendo sobre el terreno en Irlanda, el pretexto carece de fundamento.

Si estuviéramos operando, como pretendemos hacer, desde la base de la razón − si realmente estuviéramos ‘siguiendo La Ciencia’ − entonces estaríamos desmantelando estos sistemas en este punto. En cambio, nos adentramos más en ellos. Estamos yendo en manada a un futuro en el que escanear un código para demostrar que eres un miembro seguro y obediente de la sociedad será una característica permanente de la vida, tan incuestionable como las tarjetas de crédito y las licencias de conducir. Estamos avanzando hacia la vacunación obligatoria y forzosa de poblaciones enteras − incluidos los niños − y penas de prisión para quienes se nieguen. Para el final del invierno, podríamos estar viviendo en un mundo en el que el Estado se ha hecho cargo por completo de nuestros cuerpos, y nuestra única posibilidad de seguir siendo miembros activos de la sociedad es someternos a todas sus instrucciones y aceptar un monitoreo digital permanente para probar nuestro cumplimiento.

Hace dieciocho meses, cualquiera que sugiriera que esta sería la dirección del viaje cuando este virus llegó a la ciudad habría sido descartado como un paranoico fanático de David Icke. Pero durante esos dieciocho meses hemos pasado sin problemas de “dos semanas para aplanar la curva” a “inyecciones obligatorias para evitar la prisión”. Hemos normalizado esto y lo hemos aceptado. No hemos hecho preguntas. Aquellos que han disentido han sido censurados, silenciados, intimidados y acosados.

Incluso mientras escribía este ensayo, las situaciones en Alemania y Austria fueron eclipsadas por las noticias de las antípodas. Este fin de semana, el ejército australiano comenzó a trasladar a las personas infectadas por covid a campos estatales. Partes de los territorios del Norte de Australia han entrado en un “confinamiento estricto”, en el que nadie puede salir de su casa por ningún motivo, excepto para recibir tratamiento médico urgente. Aquellos que han contraído el virus, o simplemente han estado en contacto con alguien que lo ha hecho, ahora serán “trasladados” por la fuerza por los soldados a un campo gestionado por el gobierno donde serán retenidos hasta que el Estado decrete que son lo suficientemente seguros como para ser liberados.

Estas “instalaciones de cuarentena supervisada obligatoria” se han utilizado para poner en cuarentena a los viajeros entrantes durante el último año. Ahora se utilizan para “contener” a los ciudadanos australianos. Puedes ver esta medida anunciada por el gobierno aquí. Puede ver una entrevista con alguien que fue llevado en contra de su voluntad al más grande de estos campamentos aquí. Se puede ver a otro político australiano criticando a los “no vacunados” y lo que le gustaría hacer con ellos aquí.

Si después de esto no se siente lleno de presentimientos, entonces no sé qué decirle.

Mi propio sentimiento de premonición se profundiza cada día. Debajo de la superficie, en esas profundidades, estoy lejos de ser el único que puede ver lo que está emergiendo. La Narrativa no encaja, la historia no cuaja, pero de todos modos está haciendo su trabajo. Se está utilizando para convocar y justificar una tecnocracia autoritaria sin precedentes que nos está acorralando a todos sin consentimiento, sin debate y sin derecho a optar por no participar.

En dos años cortos pero trascendentales, esto es en lo que nos hemos convertido. Nosotros en Occidente, que nos hemos pasado décadas, si no siglos, dando conferencias al resto del mundo sobre la “libertad” y, a veces, tratando de bombardearlos para que la acepten. Nosotros, los que inventamos esta cosa llamada “liberalismo”; nosotros que ahora lo estamos enterrando. No hizo falta mucho para que nuestras palabras se revelaran como huecas, ¿verdad?


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Hace casi una década, escribí un ensayo llamado ‘El momento del código de barras’. Está recopilado en mi libro
Confesiones de un ecologista en rehabilitación, pero también puede leer la versión original, en tres partes, aquí, aquí y aquí. Iba sobre el avance de las tecnologías intrusivas, y la pregunta que planteaba era: ¿dónde pones el límite? Estaba tratando de encontrar por mí mismo la respuesta a esta pregunta, que me ha fastidiado durante años. ¿En qué momento la dirección de la Máquina se vuelve tan obvia, tan intolerable, tan aterradora, que ya no puedes consentir? ¿Cuál es el punto de ruptura? Para algunas personas fueron los teléfonos inteligentes. Para otros, podrían haber sido las redes sociales. En estos días, creo que la gente realmente inteligente se bajó del carrusel en los módems de acceso telefónico y se fue silenciosamente al bosque.

Ese ensayo fue fácil de escribir en comparación con este. Hace diez años, me estremecí al ver la nueva tecnología Glass de Google, que en retrospectiva fue un intento temprano de un prototipo de metaverso, y escribí sobre lo que podría presagiar. Resulta que es una docena de veces más fácil escribir sobre un futuro de control tecnológico que podría estar a la vuelta de la esquina que escribir sobre él tal como se manifiesta a tu alrededor.

Pero esto es lo que está sucediendo hoy. Durante los últimos seis meses he estado escribiendo sobre la evolución de la vasta red de control tecnológico que llamo la Máquina: de dónde vino, qué la impulsa, cómo la manifestamos en nuestra cultura y en nuestras vidas individuales. Durante los próximos meses, estaba planeando escribir sobre cómo se manifiesta en el aquí y ahora, en nuestra política, sociedad y cultura. Seguiré haciendo eso, pero me encuentro siendo superado por los acontecimientos. Para cuando termine de escribir estos ensayos, estaremos viviendo en un mundo muy diferente al que vivíamos cuando los comencé. Ya lo estamos.

La pandemia de covid ha demostrado ser el experimento controlado perfecto para el lanzamiento de la siguiente etapa de la evolución de la Máquina. Esta es la pieza que falta del rompecabezas sin la cual el resto no se puede descifrar. La Narrativa no tiene sentido hasta que entendemos que estamos viendo una nueva forma radical de tecno-autoritarismo desplegarse ante nuestros ojos. No es un accidente y no es temporal. En la UE, los pasaportes de vacunación habilitados para teléfonos inteligentes han estado sobre la mesa desde al menos 2018. Todo el escenario de la pandemia fue simulado menos de un año antes de que sucediera. La tecnología estaba lista y los restrictivos engranajes ya se habían previsto. Todo lo que se necesitaba era un evento desencadenante. Como escribí en mi último ensayo aquí, el futuro en una sociedad que se derrumba es una combinación de colapso y represión. Así comienza.

No se requiere una “teoría de la conspiración” para que esto sea cierto. No significa que el virus no sea real o peligroso, o que Bill Gates quiera inyectarte microchips (bueno, podría, pero esa es una conversación aparte…). Ninguna camarilla oculta de personas necesita tener el control. Las personas que tienen el control, o al menos, que aspiran a tenerlo, están a la vista y lo han estado durante años, y la mayoría de nosotros no nos damos cuenta o no nos importa. Estamos demasiado ocupados jugando con los juguetes que nos fabrican.

Lo que estamos viendo es la Máquina haciendo lo que siempre hace; lo que he rastreado a lo largo de su historia durante los últimos seis meses. Está aprovechando los acontecimientos para cimentar su dominio. Está colonizando nuestras sociedades, nuestros cuerpos y nuestras mentes. Está reemplazando la naturaleza por la tecnología y la cultura por el comercio. Nos está haciendo parte de su matriz operativa, y está utilizando nuestro miedo para justificar su control más estricto. Cuando tenemos miedo, damos la bienvenida al control, damos la bienvenida al autoritarismo, damos la bienvenida a líderes fuertes que nos salvarán a Nosotros excluyéndolos a Ellos. Renunciamos voluntariamente a nuestra libertad por seguridad y terminamos sin ninguna de las dos. Nuestro miedo nos lleva de la mano hacia la siguiente etapa de nuestro largo viaje lejos de la Tierra y hacia el artificio; lejos de la libertad humana y en la red digital.

Quizás crea que esto suena exagerado. Histérico, incluso. Hace solo unos meses, podría haber estado de acuerdo. Hace un año, es casi seguro que lo estaría. Pero hace un año no había visto lo que he visto ahora. No había visto los pasaportes para smartphones, los escáneres QR, el dócil cumplimiento público, la deliberada provocación del miedo y el odio por parte de los líderes políticos. No había visto las órdenes de vacunación obligatorias. No había visto los campos.

Lo interesante de los últimos días, mientras he luchado por cómo expresarme aquí, es que un gran número de personas ha salido a las calles para decir lo mismo: basta. A medida que aumenta la presión, comienzan las explosiones. Tras las huelgas y paros generalizados en los EE. UU. en las últimas semanas, cientos de miles de personas en toda Europa han comenzado a tomar las calles para oponerse al cierre del technium2. Pocas de estas vastas manifestaciones han sido reportadas en los principales medios de comunicación, otro de esos hechos que, si el mundo fuera lo que pretende ser, sonarían las alarmas, pero es a lo que nos hemos acostumbrado en la era del Espectáculo.

Pero algo está sucediendo ahí fuera. Es como si el momento de la vacuna fuera una especie de forma mental, flotando en el aire, posándose sobre millones de nosotros a la vez como una suave lluvia. O quizás es más que una niebla lo que se ha despejado de repente. Quizás cada vez más gente se da cuenta de que lo que está sucediendo ahora es el Rubicón de nuestra época. Nada volverá a ser igual después de esto, y no se pretende que sea así. Si no queremos que el futuro se vea como un código QR parpadeando en un rostro humano para siempre, tendremos que hacer algo al respecto.

1 Esta caricatura proviene del Substack del satírico C J Hopkins, cuya escritura contra lo que él llama la Nueva Normalidad vale la pena seguir, aunque su sátira tiene problemas para seguir el ritmo de la realidad.

2 Según el tecnólogo Kevin Kelly, el Technium es la acumulación de inventos que los humanos han creado y de los cuales la sociedad depende tanto como de la naturaleza. Esta entidad, al igual que la Tierra, “tiene su propia agenda”, sus propias leyes, su propia evolución. “Un teléfono móvil, un zapato o un bolígrafo no están vivos”, dice Kelly. “Pero la red de elementos tecnológicos en su conjunto evoluciona con el tiempo bajo los mismos principios que la vida”. Por eso Kelly cree que la tecnología podría representar el séptimo reino de la naturaleza.
[
N. del T.]